miércoles, 23 de enero de 2013

LA ENTRADA AL INFIERNO.



Trabajaba mi abuelito Miguel como chofer en una escuela de monjas en mi natal Ciudad Victoria, Tamaulipas. Gracias a eso pudo arreglar para que mi Hermana Ana Claudia estudiara en ese colegio exclusivo de señoritas, esto, a un bajo costo, casi simbólico en cuanto a inscripciones y colegiaturas.


Dicho colegio se llamaba Antonio Repiso, y a el podíamos llegar utilizando un camión que nos dejaba relativamente cerca, para después tomar otro que también nos deja a escasas cuadras de la casa donde vivíamos mi madre, mi Hermana, mi pequeño hermano Carlos, y yo.

Cierto día me dio mi madre dinero suficiente para 3 camiones, el mío de ida a la escuela de mi Hermana, y los 2 de regreso para ambos.




Cabe aclarar que hace años, la situación en mi ciudad natal era otra, no había matanzas o ejecuciones, se desconocía lo que era el narcotráfico, y la letra Z solo se conocía en el abecedario o por unas caricaturas de un robot japonés llamado Mazinger Z, nunca por el grupo delictivo que ahora azota a mi querido estado. Es por eso que mi madre me mando a mi aunque yo tendría quizás algunos 9 o 10 años por mi hermanita menor de apenas 6.

Pues bien, como el dinero era escaso, y siempre lo había sido, se me ocurrió un plan: Irme un poco más temprano a pie, llegar por mi hermana y regresarnos de nuevo a pie los dos, llegando a alguna tiendita y repartirnos el “botín”, comprando algún dulce o aperitivo.

Salí pues con anticipación de la casa, y tome el camino hacia el colegio, distante algunos 2 o 3 kilómetros de la casa. 

En Victoria, las calles forman una cuadrícula perfecta, o lo hacían antes de que creciera en forma desmedida como lo ha hecho hoy. Así que horizontalmente todas las calles tienen nombres de héroes nacionales, y verticalmente tiene nombres de números. 


Viviendo yo en entre el 22 y 23 Aldama y Mina, debía llegar hasta el 17 no sé qué jajaja, no recuerdo el nombre, pero si estaba lejos. Me fui toda la calle Carrera, y justo en el 18 di vuelta para subir hasta la calle que pasaría enfrente del colegio y luego dar vuelta al 17, ese era mi plan.

Llevaría quizás algunas 7 u 8 cuadras cuando entonces sucedió.

Iba caminando por enfrente de una casa estilo La Casa Blanca de Estados Unidos, con columnas y un techo divido en dos. Tenía una especie de fuente en la parte anterior y estaba rodeada de pasto.



- Niño, espera. 

La voz me saco de mi estado de letargo en el que iba caminando, casi “en automático”.

- Niño, espera, dame esa botella.

Voltee a ver de dónde venía esa voz, y era de un señor sentado en una especie de mecedora que hacia un rechinido al balancearse.

- Drago: Cual botella señ…?

No termine la frase.

Un anciano de algunos 80 años me observaba con una sonrisa maliciosa dentro del garaje, el cual tenía dos puertas de hierro forjado abiertas de par en par. Llevaba un pantalón color crema, y una especie de guayabera blanca.

- Dame esa botella que está ahí en la calle, va a venir un carro y la va a romper.

Yo seguía como hipnotizado.

La frágil y tierna figura del anciano de pronto se rompía con una protuberancia en su frente, del tamaño de una toronja. Era una especie de globo inflado con agua a punto de reventar, color morado – rojo, en el cual se lograban distinguir las venas o arterias que lo irrigaban.



Yo quede paralizado al verlo y sentía que no me podía mover ni articular palabra alguna.

- Vamos niño, dame esa botella.

Se levantó de su asiento, y empezó a caminar lentamente los 10 o 12 metros que nos separaban.

La sangre se me heló. Voltee a ver la botella de refresco que me mencionaba, pero no podía moverme, ni para recogerla ni para correr.

Los pasos del anciano, lentos, pero constante, estaban acercándolo más y más a donde yo estaba.

Y entonces tuve una visión. Podía ver como la casa era una cueva de la cual salían llamas, y el antes anciano se convertía en un demonio con risa burlona y grandes alas extendidas que se acercaba más y más a mí.

Triiiiin, triiiiiin…

El sonido de una campana me despertó de mi visión.

Un paletero paso haciendo sonar su campanilla, anunciando sus productos congelados.



Me pude mover, tome la botella, y lentamente se la extendí al anciano que había casi llegado hasta donde estaba yo.

Esperaba que me jalara y me sujetara con fuerza, para nunca más soltarme, casi congelando el tiempo cuando se la estaba entregando.

La tomó y pude ver en su rostro la enorme bola de líquido y sangre que distorsionaba su cara.

- Anciano: Gracias, no tarda en llegar mi hijo y la puede romper con su carro.

- Drago: De… nada, no fue nada, con permiso.

Salí de ahí, sintiendo tras de mi la mirada del anciano, esperando que una mano demoníaca me sujetara y me jalara hacia atrás, pero no sucedió.

Llegue por mi hermana al colegio, olvidando mi plan inicial de ahorrarnos lo del transporte, tome con ella el camión de regreso a casa, y le entregue a mi madre el dinero que me había ahorrado al haberme ido a pie. Y nunca más volví a recorrer ese camino rumbo a la escuela de mi hermana a pie…

Epílogo.

Muchos, muchos años después, estando ya en ciudad Juárez, me toco regresar a Ciudad Victoria en unas vacaciones. Mi familia paterna tiene muchos códigos no escritos, tales como que a la hora de la comida primero comen los niños. Después comen los adultos hombres (mi papa, mis tíos, invitados, etc), y finalmente comen las mujeres (mi mama, mi abuelita, mis tías, etc).

Comer con los “grandes” es un honor que se me había otorgado ya. Otro “honor” es ir a comprar pan para el café de la mañana. Siendo mi familia 100% cafetera, no perdonamos el café con pan o galletas cada día en las mañanas. 




Así que tome mi carro y me dirigí a algunas posibles panaderías donde adquirir el pan que abríamos de departir la familia. Me enfile a una panadería que me habían recomendado y pase por la calle 18, aquella que muchos antes había recorrido a pie y donde había visto al señor de la bola. Esperaba al pasar por ahí, no encontrarlo, pero al menos si la casa estilo Casa Blanca, que había visto años atrás.

Pase por el sitio aproximado donde estaría la casa, pero parecía haber un error, no estaba o no la había encontrado, limitándose el área a casas de pequeño tamaño. Bah, que raro - pensé -.

No quedándome conforme con la primera inspección, regrese más adelante, y volví a pasar desde el principio. Nada.

La historia es verdadera, no me imagine nada de lo que comente, lo que no sé es si esa casa “desapareció” de la nada, cosa muy poco probable por las dimensiones de la misma, o si, lo menos probable y que más me temo, es que aquella ocasión se me haya aparecido algún demonio tratando de “darme una lección” al hacer yo mi pequeña estafa con el dinero de los camiones. 


Saludos!

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